El miedo es la respuesta natural del ser humano ante
una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o
imaginario; una sensación desagradable que atraviesa nuestro cuerpo, nuestra
mente y nuestra alma.
Y
en estos días -viendo el panorama que nos rodea-, uno siente al miedo corretear
a sus anchas por nuestras venas.
Te
asomas al exterior, y da miedo pensar que lo que está sucediendo en la cuna de
la democracia en un par de semanas no estará sucediendo en nuestras calles.
Pero
es que miras hacia dentro, y ves a una clase política embadurnada en
corrupciones, a una sociedad anestesiada, a unos convecinos barriendo para
dentro,… y el miedo tiende a expandirse por nuestra piel.
Cada
uno tiene en sus alforjas un listado de miedos que no nos dejan respirar este
aire viciado que nos consume por las noches.
Por
ejemplo, yo tengo miedo a que una bandera ondee al viento cargada de ira, de
repulsa, de miradas cargadas de odio,… dejando el orgullo de su tintada anclado
al mástil de la libertad.
Tengo
miedo a esos que amparándose en la libertad de expresión se crean con el
derecho a insultar, a vejar, a pisotear mis creencias mientras que yo guardo
silencio, me araño pa arriba y pongo una y otra vez la otra mejilla.
Y
tengo miedo a la incultura de las dos, tres y hasta cuatro generaciones que
vienen detrás de mí; son borregos adiestrados a las redes sociales, incapaces
de ver más allá de sus muros y sus tendencias.
Tengo
miedo a saber más de lo que sé; a perder lo poquito que tengo si sigo juntando
letras; a perder los motivos para seguir luchando cada día; miedo a no ver más
un atardecer, a no poder llorar de emoción, a entender que la vida es un regalo
sin envolver;…
Malditos miedos… ¡dejadme vivir!
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