Esta semana en clase hemos tenido que hacer la
actividad-regalo para el Día de la Madre;
como mis alumnos sólo tienen seis años, no sólo hay que guiarles con las
tijeras y el pegamento, sino también hay que explicarles el motivo en sí de
dicha actividad.
La
mayoría -envueltos aun en inocencias-, sólo querían colorear el dibujo de una
rosa para salir así del trámite y ponerse a jugar con la plastilina.
Pero
como uno se hizo maestro por vocación antes que por devoción, les quise dejar
claro un par de cositas acerca de la figura de la madre.
Y
así, les conté que una madre es mucho más que esa persona que nos trae al
mundo, nos cuenta cuentos a la hora de dormir o nos acoge durante nueve meses
entre las paredes de su regazo.
Una
madre es el lugar donde el dolor se cobija cuando nos tropezamos con la misma
piedra una y otra vez; donde el miedo y la soledad carecen de sentido cuando son
sus brazos los que nos protegen; donde las heridas se curan solas al compás de
nanas y besos rellenos de azúcar, de canela, y de miel.
Una
madre es el ancla a la que nos aferramos cuando las huellas de los sueños se
dibujan temblorosas y van directas a la deriva del fracaso.
Una
madre es la respuesta ante toda pregunta no pronunciada, la palabra silenciosa
que todo lo sabe, la caricia eterna; la mirada sabia, el guiño cómplice, el
beso de despedida susurrándonos al oído aquello de eres el más guapo del mundo.
Una
madre es el tesoro que el destino esconde envuelta en esperas; el regalo sin
envolver que seca lágrimas y alienta ilusiones; es el latido donde la palabra
amor se conjuga y alcanza todo sentido.
Creo
que al final mis alumnos me entendieron.
Feliz
Día de la Madre.
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