Todos
los europeos mayores de dieciocho años estamos llamados a las urnas hoy domingo
con la finalidad de votar a centenares de eurodiputados entre los distintos
grupos parlamentarios.
No me pregunten para
qué sirve un eurodiputado, pero a lo largo de estas últimas semanas los candidatos
a vivir de ese cuento -esta vez en la vieja Europa-, han estado de campaña
electoral en busca de nuestro voto, mendigando para ello promesas, suplicando
ofertas irrechazables e implorando indicios de que con ellos la cosa puede y
debe de ir a mejor.
Entre las premisas más
aplaudidas por esos que van a los mítines a ondear banderitas ha estado la de
crear empleo; creo que ninguno de esos que salen de figurantes en las fotos han
saboreado el olor de una cola del INEM.
No suelo mancharme las
manos hablando de política, es más, me asquea todo lo que tiene que ver con ese
mundo corrupto y podrido, pero cada vez que me piden el voto me hierve la
sangre.
Razones tengo para dar
y regalar…
Por sus actuaciones
estos señores dejan claro que el político nace, y que con el paso del tiempo se
deshace: así, puede hacerse más rico, puede hacerse más sinvergüenza, puede
hacerse más chorizo,…
Por sus discursos vacíos
y sus miradas infectadas de dinero, de poder, de ambición,… se muestran al
final del camino como miembros de una misma jauría de la cual antes podíamos
distinguir sus collares, ahora ya no somos capaces ni de eso.
Por su capacidad innata
para engañar, traicionar, disfrazar una realidad que dista mucho de la que usted
y yo vivimos en nuestras casas; será que las ventanas de sus amplios despachos
tienen los cristales aún tintados.
...
Qué pena de cobardía y
de no enseñar los dientes para cambiar de raíz las cosas; si de verdad fuéramos
valientes… otro gallo nos cantaría.
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