Esta
tarde que volveréis a regar con ilusión las calles de mi ciudad, que vuestro
cortejo estará formado de nuevo por el paso inocente de los que a la vuelta de
la esquina están despertando a la vida y que repartiréis regalos y caramelos -a
diestro y a siniestro- desde la atalaya de vuestras carrozas de ensueño,… esta
tarde volveré a creer en vosotros.
Después de algunos años
dándole la espalda a vuestro milenario reinado, esperadme que iré a buscaros bien
temprano.
Supongo que no hará falta
que cierre los ojos y pregunte por ustedes, puesto que la magia que envuelve
estas horas sabrá indicarme el camino para ir a vuestro encuentro.
A pesar de mi edad jamás
os he olvidado, y probablemente este sea el año que más os necesite al llegar el
fin de la Navidad; la luna ha cumplido con creces su encargo, ese de barnizar
con ilusión a todo aquel que respire algo de humanidad, desde el más grande
hasta el más pequeño, desde el más inocente al más canalla, desde el más
incrédulo al más creyente,… y a mí me ha rozado con su varita mágica.
La carta con mi único
deseo os la escribí con algo de demora, pero solamente ustedes podréis cumplir
con el favor que este año os he pedido en ella; os aseguro que es fácil de
buscar, es fácil de envolver y es fácil de regalar.
Eso sí, mirad bien el
remite puesto que mi dirección ha cambiado, como tantas cosas en tan poco
tiempo, y aunque este año no vea esa montaña de regalos con su nombre durmiendo
sobre una esquina del sofá, ni rellene sus zapatos con caramelos de vuestra
cabalgata, ni escuche su voz ni calme sus nervios desde las 7 de la mañana,…
decidle
que la echo mucho de menos.
Queridas Majestades,
solo ustedes podéis devolvérmela.
Qué bonito, a pesar de que te quedas un poco triste.
ResponderEliminarFelices Reyes, que te traigan muchos sueños para rellenar este año que empieza.
Besos, Alberto.
A mí me gustaría que te trajeran otro regalo, pero no está en mis manos.
ResponderEliminarUn abrazo