El pasado miércoles, mientras
me montaba en el coche para seguir con mi rutina de clases particulares, vi la
realidad que nos consume.
Una hora antes, al poner
mis pies a andar sobre la acera, detuve la mirada en el escaparate que tenía
justo a mi izquierda, observando el desfile silencioso de unos cuantos maniquíes
ataviados con trajes de comunión – horrorosos por cierto- esbozándose en mi
cara una leve sonrisa.
Una sonrisa que surgió tras
el pensamiento de que aún era demasiado pronto para visitar esta tienda pues todavía
estamos digiriendo polvorones y turrones a la hora del postre.
Y mire usted por donde
que, una hora después, para sorpresa de mis pensamientos – y de mis sonrisas-, allí
estaban, en el centro de la tienda, presas de la situación y asintiendo a todo con
la cabeza unas pequeñas que, en vez de estar jugando con sus muñecas y sus
coches de capotas, estaban las pobres rodeadas
de varios familiares probándose trajes frente a un enorme espejo.
La situación me pareció
cuanto menos chistosa y consiguió que me hiciera la misma pregunta de siempre:
¿de dónde saca la gente tanto dinero?
Dios me libre de
indicarle a cada uno en qué debería de gastarse su parné, pero creo que todos
deberíamos de ser más consecuentes con lo que decimos y luego hacemos, aunque si
algo estoy aprendiendo de esta puñetera crisis es que al ser humano le encanta
llorar.
Puede que sea cierto eso
de que no se tiene dinero, aunque en el fondo tengamos para pagar todos los
vicios; puede que estemos con el agua al cuello, pero no nos privamos de nada;
puede que haya familias que lo hayan pasado mal estas navidades, pero escucharemos
sus lágrimas y sus lamentos ahora, una vez que todo está gastado y consumido,…
Todo
seguirá igual mientras tengamos lágrimas de cocodrilos que secar.
El año pasado tuve que pasar por el trance de comprar un traje de comunión porque no logré encontrar uno de la talla de mi hija. Te prometo que si lo hubiera encontrado jamás se lo hubiera comprado porque no entiendo los precios que tienen, ni el despliegue que hay que montar para algo que debería ser un acto íntimo.
ResponderEliminarEso sí, lo demás me lo salté. Los recordatorios están en mi mente, las fotos las hice con mi cámara y el album en una página de internet. Me niego a fomentar este negocio absurdo donde la fe es lo de menos.
Por cierto, no empecé a prepararlo en enero, ¡qué estrés!
Un beso.
Yo creo que dinero hay el mismo, sólo que en menos manos y/o en paraísos fiscales.
ResponderEliminarLos que no tienen, de verdad, no gastan. Y a los que tienen les importa un pito el prójimo. La cosa es que a este paso, mañana todos podemos ser prójimo.
María Forner.