De los placeres
que aún nos quedan por disfrutar sin que por ello el Estado nos cobre una tasa
o un impuesto (todo se andará) se halla el de pasear. Es algo que se encuentra al
alcance de todos, y todos en algún momento optamos por este sistema para
evadirnos de nuestros ahogos o asfixias con la excusa de estirar las piernas.
Para pasear simplemente se requiere
calzarse de unos zapatos que sean cómodos, buscar una buena compañía para que
los silencios entre los futuros diálogos no sean catalogados como incómodos y -quizás
lo más importante-, dejarse aconsejar por el viento cuando no sepan a donde
dirigir sus pasos; supongo que él, como amante que se cuela por los callejones
y sabio seductor de veletas a media tarde sabrá indicarles la ruta a seguir
cuando surjan las dudas. Confíen en sus susurros.
También pueden hacerlo de manera
solitaria, ataviándose de unos simples auriculares para ignorar al ruido externo
que constantemente nos envuelve; pueden pasear de la correa y los antojos de su
fiel mascota (no se olviden de que vivemos en sociedad) o pueden hacerlo como
si al regresar a casa le fueran a dar un premio debido a su rapidez y premura
en volver.
Como ven, hay mil maneras de pasear y el
paseo lo pueden hacer de mil maneras.
Pero lo bonito que esconde un paseo son
los recuerdos que se nos quedan tallados en nuestra retina a modo de rincones, de
lugares, de puestas de sol en invierno; de aromas, de guiños, de abrazos que
nos envuelven el alma cuando tenemos frío; de lágrimas, de risas, de pieles que
ya no tenemos a nuestro lado y que en estos días tanto estamos echando de menos.
Aunque a veces un paseo puede ser una
guantada sin manos, un zarandeo a nuestras sentidos, un escaparate donde se
puede ver un mundo que creemos que es ajeno a nosotros sin pensar que mañana
esos focos nos pueden alumbrar directamente a nuestras impotencias.
Porque impotencia es lo que sentí en mis
carnes en mi último paseo al ver esa cola de personas esperando su turno,
delante de un convento, entre naranjos aun sin florecer y adoquines que esperan
al mes chiquito para olvidarse por unas horas de sus penas.
Eran personas que jamás pensaron verse ahí,
mendigando limosna, con la cabeza agachada, sin apenas hablar y esperando su
momento para poder llevarse un litro de leche y una barra de pan con la que
poner a sus hijos un bocadillo para seguir engañando al hambre por unas horas.
No pretendo hacer demagogia ni exculpar
a mi sepulcro blanqueado de esta situación, pero cuando el viento quiso que
viera esa cola, me mostró una realidad ante mis ojos que por día crece, que por
día aumenta, que por día asciende, mientras que yo sigo molesto porque no me
devuelven las felicitaciones navideñas que con tanto ahínco copié y sigo enojado
porque la gente no me “retuitea” mis hilados comentarios.
Ya ven, las cosas de la vida, y las cosas
que esconden algunos paseos que sí son para recordar.
A menudo miramos para otro lado cuando la realidad es molesta o inconveniente. Quien sabe, a lo mejor nos da miedo mirar de frente, no sea que nos veamos en los ojos de esas personas y, dentro de poco, ocupemos su lugar.
ResponderEliminarCorren tiempos difíciles, donde la esperanza que Pandora logró dejar clausurada en la caja, busca un resquicio para escaparse y dejarnos huérfanos del todo.
Ignora la ignorancia de los tuits, aprende a dejar pasar el que tus palabras tengan un eco escaso. No sirve de nada, salvo hacer que el paseo se vuelva desagradable.
Poco a poco me voy acostumbrando a esta soledad acompañada, a este ruido en el que cada uno habla consigo mismo, se mira el ombligo y se olvida de que, solo una palabra, puede hacer magia en el corazón de otras personas.
La superficialidad lo llaman, pero en definitiva es ese pequeño dicho que dicta: a veces nos concentramos en la pequeña mota de nuestro ojo sin reparar en las grandes vigas del progimo. A cada cual le duele su herida, solo hay que ser conscientes de que las heridas propias pueden que no sean tan importantes como las enfermedades incurables del resto que nos rodea.
ResponderEliminarUn maravilloso escrito, que deja al descubierto el aspecto más desagradable de los cambios que estamos sintiendo en nuestra sociedad. Dentro de nuestras posivilidades hay que ayudar en lo que se pueda a los menos favorecidos.
Felices fiestas señor del corazón puro y mente brillante, te deseo lo mejor del mundo y como decía mi abuela (que era muy sabia) no esperes nada de los demás, de esa manera te sorprenderá siempre lo que te regalen. Besos mi chico ^^
El recuerdo de ese paseo, nos puede llegar a cualquiera, yo por diversos mótivos, no creo que los vea de momento, pero en cualquier rincón se puede encontrar esa cola hoy por desgracia, no corren buenos tiempos para muchas personas, pero hay quien lo está pasado rematadamente mal.
ResponderEliminarOjalá que pronto los paseos que podamos recordar, sean solamente, aquellos que nos dejan nuestros viejos o nuevos recuerdos, pero estos por desgracia por las situaciones, seran dificil de poder olvidar.
Me parece una reflexión tan sensible como exacta, tan dura como sublime, pero sobre todo real. Cuántas veces miramos sin ver y sentimos de pasada. En estos momentos en que hay mucha gente pasándolo tan mal, los que todavía nos mantenemos de pie (de momento) debemos abrir nuestro corazón, rebuscar un poco, seguir rebuscando y encontrara eso que tal vez no nos sobre en demasía pero que puede ayudar, si no a ser felices a los demás, si a poder seguir sobreviviendo hasta que lleguen momentos mejores en que poder simplemente ya VIVIR.
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