Sucedió la otra tarde… en la procesión de la Virgen de las Angustias Coronada, camino de la Catedral, el pasado 27 de octubre…
Llevaban un par de semanas hablando, con nervios entre las palabras, cansancios robados a la luna y el paso lento de los susurros.
Los dos tenían cicatrices abiertas en el alma.
Los dos habían llorado lo indecible por un amor de primavera.
Los dos tenían a la soledad como compañera de viaje.
No se buscaban, pero el destino quiso que sus sombras se cruzaran una noche en la que el sueño se desveló para despertar al alba.
Y junto al alba comenzaron a desnudarse poco a poco, dejando que los silencios fueran descosiendo la distancia, la piel y los gemidos.
Hablaron…
Hablaron de todo…
De la vida, de los sueños, de los hijos…
Del pasado, del presente, de lo que les quedaba por vivir…
De por qué, de con quién, de los olvidos…
Y tras un mensaje de buenas noches, ambos llamaron al sueño entre nervaduras de escalofríos.
Porque los dos hablaron de lo mismo, de lo que se siente ante el Señor de los Gitanos y ante su Madre bendita de las Angustias, ese arrabal de gitanería que endulza al aire con su matitas de hierbabuena, romero y clavo.
Y al llegar el viernes, un jipío entrecortado iba y venía deambulando por el segundero de los sueños…
Quién sabe si podrían verse esa tarde… y esa tarde se vieron…
Emparejando sus miradas bajo un tiroteo suave de temblores.
Ella sonrió al verlo.
Él, al verla, sonrió.
Y cuando el cortejo avanzó, él se puso a su altura, acompañándola en su caminar sin decirle nada, y demostrándole todo.
Uno al lado del otro. El otro al lado del uno.
Y cuando se detuvieron bajo un balcón con las hechuras abiertas, ellaladeó su cabeza, buscó su boca y le confesó que no se lo esperaba, pero que lo andaba esperando.
A él las mejillas se le sonrojaron en ese momento, y le dijo aquello de “te dije que iba a venir” … “y aquí estoy” …
Y juntos siguieron caminando bajo la magia de la luz de octubre, con el gentío como testigo de una historia que poco a poco comenzó a germinar.
De fondo se escuchaba el coqueteo de las bellotas de las caídas del palio.
De cerca los corazones de ambos se aceleraban entre risas y confidencias.
- ¿De verdad has venido por mí…? indagó ella al llegar a la cuesta del Rosario…
- Por ti y por Ella, pues sólo Ella sabe el por qué estoy aquí- respondió él, ante un aluvión de piropos y esperas.
Y al revirar a calle Francos, él se alejó un poquito para empaparse de ese incienso que iba enamorando de manera callada a los espejos de los asombros.
De vez en cuando, él la oteaba entre la multitud mientras ella… ellaseguía en su tramo con la felicidad recreando una acuarela de quimeras.
Y cuando volvieron a encontrarse antes de entrar en la Santa Iglesia Catedral, él le traía una flor del paso palio envuelta en un jadeo sin esquinas.
- ¿Es para mí?, quiso saber ella soñando con que así lo fuera.
Él le dijo:
- Es para ti, no vayas a perderla… haciendo que ella sucumbiera en ese instante, mirándolo con ojos de dulzura, y entrelazando sus dedos a sus dedos en un arranque de esperanza.
No hizo falta decir nada más, pues todo se acababa de decir con ese gesto brotado del fondo de las entrañas…
Un gesto que iba más allá de lo que los dos habían hablado días atrás.
Un gesto noble y sincero, efímero y cercano, simple y compartido.
Pero ella se tenía que volver a marchar, y antes de que sus manos se soltaran, él tomó la palabra y le preguntó:
- Te vuelvo a buscar cuando acabe la misa. ¿Qué necesitas?
A lo que ella le contestó, mordiéndose el ansía y las ganas de besarlo:
- Que nunca más te vayas de mi lado.
Comenzando así una historia que sólo la Reina de San Román supo enarbolar aquella tarde, en torno a su cintura, olvidándose por unos instantes de todas sus penitas y tormentos al ver cómo esos dos suspiros de canela entrelazaban sus manos.
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