Reconozco a día de hoy que durante años mi zona de confort era mucho más grande que el mar que rodea a la bahía de Cádiz.
Vivía de manera cómoda.
Con la ropa lavada y planchada.
Con la comida a mantel puesta.
Y con un trabajo donde las aspiraciones por mejorar se esfumaban antes de que la primera quincena de septiembre se tachara en el calendario.
Pero tras los varapalos que la vida me ha dado en los últimos años, no pienso volver a esa zona de confort ni aunque me maten.
Porque, literalmente… ella ha sido la que me ha matado.
Creía que por ser quien era y por estar donde estaba, podía exigir a amigos, familiares y compañeros de trabajo.
Sentía que mi palabra eran mandamientos. Y mis deseos ordenes que cumplir…
Pero tras perder a mi madre, a una decena de amigos y a la mujer que más he querido en esta puñetera vida, cogí a la soledad por la cintura y nos desnudamos las lágrimas.
No fue fácil admitir que estaba roto ante ella. Que tenía el corazón desahuciado. Y que la mirada estaba hueca y vacía.
Pero necesitaba como el respirar esta cura de humildad.
Este perderlo todo.
Esta cena para dos, con velas de sinceridad y una libreta infinita para anotar los errores.
Grité.
Quise abandonar.
La locura se apoderó de mi.
Pero la Esperanza no me soltó la mano. Y a su manera, me dio el aliento que necesitaba para sobrevivir a este infierno.
Y hubo un día en el que comencé a confiar en mi.
Dejé de quejarme, de maldecir a a la suerte y empecé a apretar los sueños a la mesita de noche de mi cama.
Desde ese día, una maleta me acompaña, un par de libros me sostienen, y un pequeño me espera al otro lado del viaje de vuelta.
Tengo que seguir..
Voy a seguir..
Debo seguir..
Ya va siendo hora de desperezar la voz y los ojos…
No voy a recuperar lo que he perdido, pero no pienso perderme más.
Porque me debo vivir una vida sin tener que salvarle la oscuridad a nadie.
Porque voy a escribir la mejor novela que mis dedos puedan tallar.
Y porque aun me quedan suspiros que merecen la pena parir.
Me encanta! La vida nos lleva por donde quiere, pero son nuestros pasos los que marcan nuestro destino, un beso de una amiga cantaora que sueña, vecina y amiga en tiempos de juventud
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