Querida locura:
Te escribo estas palabras con la luna mirándome de reojo. Una vela encendida como faro de mis pensamientos. Y un par de cuartetas como aliento y desaliento a mis palabras.
Al alba, todo habrá llegado a su fin. Las azoteas verán un nuevo amanecer y mi nombre será un recuerdo de colorete que sólo ha cometido el pecado de amarte… sólo amarte.
Y lo he hecho a tumba abierta.
Dejándome la piel en cada estribillo. En cada pasodoble. En cada final de popurrí…
Dejándome la sangre para que sintieras que he vivido enamorado de ti desde la primera vez que te vi…
Dejándome en la carretera lo único que llevaba en mis adentros: esta voz que ha sido sólo tuya.
Ahora que sé que una soga va a acabar con mi garganta, tengo que susurrarte que no me arrepiento de haberte cantado lo que te he cantado… porque ha sido la única forma que he encontrado en esta vida de decirte bajito, como un filibustero o como un templario, que te quiero con locura.
Si volviera a nacer en una casapuerta de papelillos, volvería a cantarte lo que te he cantado. Lo que te he sufrido. Lo que te he soñado.
Pero ha llegado mi momento. Mis latidos tienen las horas contadas. Y el sueño… el sueño una vez más me es esquivo.
Ya he visto el cadalso donde me van a ajusticiar. Al menos me queda el consuelo de que lo último que verán mis ojos será ese teatro donde tantos febreros quedábamos los dos para envidia de mis paisanos.
¿Te acuerdas mi amor?
Tu siempre esperabas ese gesto de aliento hacia mi comparsa… Ese “jiu” que me partía en dos el alma… Ese “vamos allá” …
Yo siempre besaba el telón de tus entretelas. Te ofrecía mi brazo. Y al terminar de cantar, nos perdíamos por el arco de San Rafael a deshojarnos entre besos y gemidos.
Mi vida, he sido feliz a tu lado. Los míos lo saben. Y yo sé que tú también lo sabes.
Por mi parte, asumo la condena de amarte para siempre y no me retracto de nada de lo que ambos vivimos al despedirnos a las claritas del día.
Espero que tus labios sintieran algo parecido.
Cádiz, me embrujaste desde el primer requiebro. Me atrincheré a ti. Perdí las uñas, los dientes, los vientos… por verte sonreír. Y obré carromatos, calabazas y calderas con mentiras que me quemaron para vivir la historia de amor más bonita jamás contada.
Cádiz, doremi fue la nana que acuné cada noche por las calles de tus barrios para que te quedaras dormida entre mis brazos, junto al vaivén de las olas y la trinchera de tus muros.
Cádiz, si estas son mis últimas palabras de vida, quiero que sepas que este miserable jamás te olvidará. Y que te buscará por siempre y para siempre allende las olas de la playita de las mujeres.
Todo lo que soy te lo di, te lo he dado y te lo he cantado.
Mañana… al alba, en la Plaza Flagela, que Dios me ponga la soga al cuello. Que acabe Él con mi vida. Y que cuando nos veamos en el cielo, sienta que mi comparsa abrirá de par en par las puertas del paraíso.
Ha llegado mi hora. Ha llegado mi momento. Ha llegado mi milagro.
Hasta siempre, mi vida.
Hasta siempre, mi locura.
Hasta siempre, mi cicatriz de sal…
Firmado:
Un Ángel condenado.
Comentarios
Publicar un comentario