Esa tarde, los rótulos de las calles se enamoraron de Ti.
Esa tarde, el cielo descargó sobre la ciudad una primavera de besos en forma de lluvia.
Esa tarde fue la tarde en la que quisiste ser más hombre que Dios.
Por eso no llegaste a caminar solo. Por eso las miradas se compadecían de tu sufrimiento. Por eso la memoria se olvidó de rezarte a tu paso.
Esa tarde, el tiempo se escapó y se alejó de los cansancios.
Esa tarde, todos fuimos cautivos de las sombras que no dibujaste sobre los adoquines del centro.
Esa tarde fue la tarde en la que entregaste tu Sangre y tu Cuerpo sin pedir nada a cambio, y un capote de bienaventuranzas fue el altar de tus agonías.
De ahí que, al regresar a casa, en los bolsillos de tu túnica se te fueron acumulando el nombre de nuevos discípulos que -al encontrarte- se convirtieron a Ti.
Esa tarde, encendiste todos los candiles del mundo al agachar la cabeza.
Esa tarde, los espejos de las nostalgias desterraron sus miedos al sentir Tupresencia caminar descalzo sobre los charcos de los porqués.
Esa tarde fue la tarde en la que fuiste de nuevo un verso libre. Un romance sin fin. Un soneto con pellizco feliz.
Por eso…
Señor que Cautivas con tu nombre,
discúlpame las gotas de esa lluvia
esas que surcaron sobre tu Palabra
y permíteme que te ame…
porque para amarte,
a corazón abierto
y con el alma, la piel, y la voz…
nunca es tarde.
Fotografías: Objetivo Aramburu
Comentarios
Publicar un comentario