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Sánate Alberto..

 


     Sus últimas palabras fueron esas: sánate Alberto... sánate por ti.

 

En una despedida amarga. Pronunciadas por unos labios que esa noche no fueron besados. Con los ojos ausentes. Dolidos. Llenos de desconfianzas. 

 

Y se marchó así. Sin mirar atrás. Sin remordimientos. Sin una lágrima por el retrovisor de su coche por secar. 

 

Sánate Alberto… Por ti…

 

Y en ello estoy.

 

Sanándome, por mi. Sólo por mi. Poniéndome bien para mi. Rebuscándome para ser feliz conmigo mismo. Perdonándome de una puñetera vez y dejando que la vida ponga las piezas de mis días en su sitio.

 

Sanándome, por mi. Para no forzar nada. No hacer más daño. No confiar al aire más promesas de fechas incumplidas.   

 

Sanándome, por mi. Y teniendo claro que no apareceré mientras en los bolsillos tenga errores, miedos y cicatrices de incienso.

 

Sánate Alberto…

 

Sin desfallecer. Sin saber cómo. Sin saber cuánto vas a tardar. Dejándote los versos, los abrazos y los suspiros en ello.  

 

Enróscate en tus cuarenta y un años de vida. En tu Pequeño Capitán, ese que jala de tu mano derecha.  Y en la libertad de un divorcio a tus espaldas.

 

Ilusiónate con un paseo. Con una serie. Con un soneto; con una manzanilla a media noche. Una copla de carnaval. Un pregón a medio escribir; con un mensaje al oído. Con un atardecer en Cortadura. Con un musical en Madrid.

 

Vuelve Alberto… vuelve a leer. Vuelve a volcarte en ti profesionalmente. Vuelve a darle una vuelta de tuerca a tu pagina web.

 

Vuelve Alberto... vuelve a vivir en tu casa pequeñita, tu verdadero hogar… ¡¡¡Pero vuelve¡!! Ese refugio donde las macetas van sonriendo y los libros van siendo leídos siempre te está esperando. Regresa a el poco a poco. Sin prisas. 

 

Peléate con el sueño y con la soledad. Remienda silencios cuando todo el mundo quiera hablarte. Y quiérete al afeitarte. Al ponerte una camisa. Al salir a correr. ¿No te das cuenta de lo que vales? ¿De lo que estás consiguiendo?

 

A ese grupo de amigos que siempre están ahí, que no te sueltan, que no te abandonan… diles que les quieres.

 

Atempera tu carácter al llegar a casa de tu madre, y dile que la quieres.

 

Y a Dios… bueno, con Dios tiene una charla pendiente. Él te sigue queriendo… Y tu también, aunque ahora no lo sientas.

 

La Esperanza, las Angustias, tu Señor de los Gitanos… ellos están aguardando a que tu decidas atravesar el umbral de sus moradas, sentarte en el último banco… y soltar todas tus amarras.

 

Pero mientras ese momento llega… 

 

Sánate…  sánate Alberto… ¡¡por ti!! Sólo te pido que sanes por ti. Que aprietes los dientes. Que no desfallezcas. Que no te vuelvas a dejar. 

 

Y que derrotes a los relojes para golpear con fuerza la puerta de tu Vida y que ésta acepte vivirla de nuevo -a quemarropa- a tu lado.

 

Comentarios

  1. Cambiar el tengo por el quiero, soltar a quién te soltó, escuchar más que hablar, permitirte el error, abrazar a tu niño interior, recordar que todo pasa, no buscar culpables, llevar la lealtad por bandera y buscar tu felicidad detrás de cada piedra.
    ¡Sánate! Pero no por obligación, sino por devoción a ti mismo.
    Porque quieres, porque lo mereces, porque lo necesitas.

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