Esta vez voy hablarte sin mirarte a los ojos, desde el silencio del que no tiene nada que perder, y mucho que decirte.
Quizás te suene lejana mi voz.
Quizás te extrañe que mis pupilas no se reflejen en Ti.
Quizás me hayas echado de menos estos días, agazapado en una sombra de la entrada de nuestra casa, como tantas veces hice, como tantas veces repetí.
Pero por ahora, es mejor así.
Guardando las distancias y las palabras.
Dejando el olvido en un arado de miradas.
Acallando latidos.
Esos que resuenan a Ti cuando -simplemente- te miro, como si fuese ese niño que siempre he querido ser y que se sabe protegido entre tus brazos infinitos de Madre.
Tranquila, que siguen siendo tuyos, desde el primero hasta el último, porque se tejieron sobre mi piel con la aguja de tus suspiros aquel día que ambos nos dimos el si quiero.
¿Recuerdas ese guiño?
Yo lo recuerdo y se me eriza la memoria, y salgo a correr descalzo por los adoquines del tiempo, y mi alma se sosiega en los reflejos de la lluvia que aun queda por descargar.
Pero, ¿sabes una cosa? Estoy tranquilo, escribiéndote sobre una promesa de porcelana, sin repique de campanas de fondo y deshojando pétalos de sollozos cada vez que alguien me deja la luna encendida y me pregunta por Ti.
Créeme que esta vez, estoy en buenas manos.
Se desgañitaron los sueños y casi pierden la vida para que me aferrara a esas manos que ahora me guían, y en ellas estoy entregado, haciendo y deshaciendo todo el búcaro de emociones que una vez conseguí rellenar, con la ilusión de volver a ser el que una tarde de primavera fui.
Pero el camino que queda por recorrer es largo, y solitario, como la Corredera de vuelta; pero al fondo estás Tú, y a Ti regresaré cuando menos te lo esperes, cuando los miedos se hayan esfumado, cuando haya conseguido perdonarme los errores, perdonarme el vivir, perdonarme la vida.
Una vida que es menos vida cuando Tu callas y yo te añoro. Cuando Tu me esperas, y yo me ahogo. Cuando Tu me buscas, y yo… yo simplemente siento que eres el mayor de mis tesoros; pero esta vez tendré paciencia.
Así que no te olvides de mí.
De este simple escribano que camina estos días con las huellas tropezadas, pero que te promete, con su sangre de tinta negra, volver a ser el que un día fue.
Y ese día… óyeme bien, ese día… la felicidad se hilvanará en nosotros, para siempre, entre costuras sin sal.
Un beso.
Foto: Marco A. Amat Gil
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