Ahora que el mundo espera la llegada del Mesías en torno a villancicos y zambombas, permitidme que escriba bajito lo que a gritos le he contado cientos de veces al mejor de los nacidos.
Él mejor que nadie sabe lo que siento cuando el tiempo nos acerca a la Nochebuena y los Reyes Magos visitan hogares y zaguanes.
Y es que no me gusta la Navidad. La respeto, pero no la soporto. Convivo con ella, pero apenas la miro a la cara. Ella va por una acera, mientras que yo camino en silencio por la otra.
Y eso que lo he intentado. Por activa. Por pasiva. De todas las formas posibles. Con todas mis fuerzas…
Pero no me sale el postureo, la falsedad y el bienqueda de estas dos semanas de consumismo y prisas.
No me siento cómodo deseándole buenos deseos a personas miserables que me dejaron tirado primaveras atrás y me enseñaron el cristal de su soberbia; yo a ellos los he perdonado, ellos a mí aun no.
No soy capaz de entender cómo el mundo se rige por valores como el egoísmo, la ambición, la codicia… detalles que al llegar estas fiestas se maquillan con sonrisas maliciosas y envenenadas.
Pero al menos me queda el reencuentro con Él, con ese niño que tiene marcado en sus entrañas el horizonte de mi destino, y el del tuyo, el de todos nosotros.
Si no fuera porque Él está asomado al balcón de nuestros pasos, la vida sería un infierno donde respirar fuego sería menos doloroso que arrancarnos la piel a jirones.
Pero se nos olvida el “verdadero espíritu navideño…”
Porque el mundo nos invita a mirar para otro lado y a no decirnos la Verdad de todo esto cuando diciembre expira…
Y no hay más Verdad que la de su llegada...
Así que, disfruten de Mi Héroe, y que pasen pronto estas fechas.
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