La ilusión que uno vive la noche de Reyes sólo es
comparable a la que los cofrades vivimos cuando la madrugá nos despierta del
sueño.
Quizás
la salvedad radique en que cuando sus Majestades nos visitan, a todos se nos
desnuda el alma de ese niño que aun corretea por nuestra piel.
Pero
no solo se nos desnuda el alma.
La
noche de Reyes nos desviste como
ninguna otra por dentro y por fuera, permitiéndonos volver a recorrer los
pasillos de nuestra infancia, encontrar nuestras cicatrices en los rincones donde
crecimos y evocar aquellas cartas que una vez escribimos con la tinta de los
nervios.
La
noche de Reyes nos deja entrever entre
regalos lo que somos, lo que un día quisimos ser y lo que seremos el día de
mañana.
La
noche de Reyes es un regalo que la
vida nos hace sin envolver para que nos envolvamos al darnos a los demás, al
compartir un puñado de sonrisas, al ofrecer un presente obviando su precio, su
talla o su fecha de caducidad.
Es
mágica. Ilusionante. Especial, tanto por lo que tarda en llegar como por lo
efímera que al final se vuelve.
De
ahí que nos cueste tantos desvelos conciliar el sueño..
De
ahí que cualquier ruido nos haga despertarnos..
De
ahí que sintamos que el tiempo se detiene en cada recodo de las horas..
La
luna se asoma a la madrugada y va dibujando entre camellos y vasos de leche una
estela de caramelos, dejando en el aire una pizca de calma, sosiego y
felicidad.
Cuentan
que esos reyes eran magos por los presentes que le llevaron al Niño Dios, que de
seguro estuvo igual de nervioso que lo hemos estado todos nosotros.
Miremos
la vida como lo hacen los niños, sin dobleces, inquinas y colmillos resabiados…
y dejemos que la vida sea una eterna noche
de Reyes.
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