En
el calendario de mis días hay una semana que respira por si sola sin necesidad
de que la remarque con tinta roja, pues su latido es la que mueve desde siempre
el pulso de mis pasos.
No
es una semana cualquiera. No es una semana más. No es una semana que pueda
pasar desapercibida ante mis ojos.
Y
no lo es porque esa semana encierra el principio y el fin de mis
conversaciones, el pozo donde se pierden mis desvelos, el espejismo donde se
hacen realidad mis humildes quimeras.
Durante
esa semana, desconecto del mundo real -ese que sigue viviendo a espaldas del
ser humano-, y me lanzo a respirar el soplo de mi yo interior, con preguntas
sin respuestas y silencios que son la mejor respuesta ante cualquier absurda pregunta.
Durante
esa semana, mi casa pierde su aparente orden lógico y se ve inundada de ropa en
las sillas, de toallas a medio secar, de estampitas que alguien quiso regalarme
bajo el anonimato de su caminar,… conformando una fotografía a la que sólo le
falta el color sepia para que se cosa al hilo de la memoria.
Durante esa semana, envuelvo mis miserias entre
corbatas y prisas, anudo mis mejores
intenciones a mis rezos y me pierdo por las callejuelas de los sentidos, por
los rincones de la nostalgia, por las esquinas de una ciudad donde el sol tatúa
con sombras el perfil del aire para que las lágrimas broten con sentido.
Durante
esa semana…
Pero
esa semana de la que les hablo, se me escapó de entre los dedos sin apenas
darme cuenta.
Y
lo hizo sin hacer ruido, despidiéndose de mí con un leve beso de amanecida, templado,
lacónico,… y dejando sobre mi piel un olor a calma reposada que me permitirá seguir
cerrando los ojos y perseguir mis sueños.
Ahora
me queda escribir todo lo vivido… durante esa semana.
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