Los
que creen conocerme apelan a la sensación de que algo me pasa cuando me ven
callado y ensimismado en mis cosas. Portadores de su verdad, no se atreven a
preguntarme directamente si algo me sucede o me ocurre, haciendo mil conjeturas
sobre mi estado de ánimo, sobre mis preocupaciones o sobre mi fe.
Los que creen a pies juntillas conocerme enarbolan,
a lo lejos, una bandera blanca con tintes a victoria cuyo lema ondea bajo la
expresión “él es así, y hay que dejarlo”,
lo que les permite no tener que franquear las puertas de mi verdad para no
toparse con mis palabras.
Tanto unos como otros tienen que saber que cuando
me vean silente y ausente en mi día a día es porque en esos momentos prefiero guardar
silencio para que la sangre que recorre mis venas no haga que mis latidos
revienten.
Como ya contemplo algunas canas sobre mi pecho,
sé que hay mil maneras de encarar los problemas, de hacerse notar, de elevar la
mirada,... pero desde un tiempo a esta parte mi opción ha sido la de guardar
silencio y lavar mis trapos sucios en casa, lejos de oídos y de hombros
extraños. A estas alturas de mi camino he tropezado demasiadas veces con la
misma piedra.
Así, y como os iba contando, ante el silencio no
tengo que disimular, no tengo que soportarme, no tengo que traicionarme. Él
sabe de mí todo lo que los demás desconocen; yo sé de él todo lo que él quiere
que se sepa. Y tengo la certeza de que siempre está ahí, adosado a la espera
para no fallarme.
Hasta el día de hoy siempre he confiado en él,
en mis silencios, y con ellos bajo el brazo seguiré dando respuesta a tantos
hipócritas que lloran sin saber la suerte que realmente tienen entre sus manos,
aunque crean que a sus manos le han puesto fecha de caducidad; seguiré
guardando silencio, aunque me duela al tragar saliva, cuando vea cómo les
acompaña la suerte a aquellos que se ríen de manera maliciosa, entre soberbias y
humos, cuando realmente ni el eco de sus pasos los soportan; y continuaré callando,
aunque me tiemblen los huesos y me falte el aire, cuando de nuevo sienta a la
tristeza llamarme a escondidas entre el bosquejo de mis ilusiones, invitándome
a que me siente junto a ella en el banco de la paciencia.
Esos son mis silencios, los que hacen que al
callarme, otorgue; los que encuentro al pedir auxilio cuando asisto a tantas
injusticias a mi alrededor; los que me ayudan a mirar para otro lado cuando
huele a podrido por la ventana; los que encuentro cuando me despierto y oteo un
futuro cada vez negro y sin esperanza.
Por ahora, soy dueño de ellos, de mis silencios;
de mis palabras, esas de las que soy esclavo, os hablaré otro día.
En este mundo tan falso e hipócrita en el que vivimos hay que ser dueño de muchas cosas. Sólo nos queda aprender a torear, si no queremos que nos toreen. Cuánta razón tienes, Alberto. Felicidades de nuevo.
ResponderEliminarRealmente bonito el tema.
ResponderEliminarTambién cada vez màs el silencio está presente en mi
Yo tendré como tu a callar
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