Antes de salir de casa, con su túnica de Jesús abrigando su maltrecho cuerpo, apagará las luces de su dormitorio, se acercará a la mesa del salón donde días atrás colocó el pequeño dibujo que uno de sus nietos le hizo del Nazareno que duerme en Cristina, se lo acercará a sus labios y prenderá en Él un nuevo beso, sabiendo que éste ritual lo repetirá cada vez que baje a comprar el pan o se acerque a la parroquia del barrio, cuando quiera ponerse a bien con Dios. Eso, si las piernas no se le hinchan y por las ventanas escucha la sonrisa de nubes blancas que juguetean por los cielos.
Al dejarlo de nuevo en su sitio, por unos instantes el tiempo se detendrá, y clavando su mirada en la mirada de Él, en la mirada de su “pequeñito”, -como a su madre le gustaba llamarlo-, y sin pronunciar palabra alguna de nuevo le pedirá, de nuevo le rogará, de nuevo le suplicará para que se acuerde de ella, para que no la tenga en el olvido, y esperará que las fuerzas no le abandonen esa noche y pueda acompañarlo por las calles un año mas.
La vida le ha enseñado que hay deseos y anhelos que solo se piden cuando habla el silencio, y el silencio es lo único que hay entre ella y Él cuando se tienen enfrente el uno del otro. Ambos saben cuando sobran las palabras.
Tras cerrar la puerta, sus pasos la llevarán hasta un patio donde el tiempo quiso detenerse, llegando agarrada del brazo de una de sus hijas. Ya no se atreve ir sola a ninguna parte, ya no se fía de las primaveras que lleva guardada en el bolsillo de los recuerdos. Son muchos los remiendos cosidos a estas alturas.
Sufre en silencio y no se lo dice a nadie pero se siente torpe al andar. Avanza de forma lenta, pausada. Se balancea y se agarra a las paredes para no caerse, y ya no distingue los babuchas cuando tiene que ponérselas por las mañanas. Lamenta el peso de los años cada vez que se mira en los espejos. Nota que la vida se le escapa cada vez que el pecho la oprime y un nuevo golpe de tos asoma por su garganta. Teme a la noche por que sabe que no va a dormir y que va a dar mil vueltas por la casa llamando a un sueño que no viene. Visita la cocina mas veces de las que quisiera para calentarse un vasito de leche que acompañe a una nueva pastilla, sin saber ya si lo que le duele es el cuerpo o lo que sufre es el alma. Se lamenta cada vez que tienen que repetirle las cosas varias veces.
Pero sobre todo, se siente gastada, estropeada. La vida se le va, se le escapa. Y sobre todo se siente vieja, como aquel farol que días atrás recogieron de su hermandad y que en la noche de Jesús portará entre sus manos. Unas manos que, como puedan, limpiaran esos cristales, salpicados de cera del año anterior. Unas manos que pedirán ayuda para que le enciendan esa vela. Unas manos temblorosas y surcadas por arrugas de desengaños, de amores perdidos y llantos cicatrizados que por mucho que sigan sufriendo seguirán acompañando a Jesús allá por donde Éste quiera caminar.
Por que eso es lo que lleva haciendo toda su vida, acompañar al único que vela de ella cuando la soledad la visita por las tardes, cuando no sabe a quien contarle sus problemas, cuando las dudas la ahogan, y la tristeza se le dibuja en su cara.
Por que eso es lo que llevan haciendo toda su vida las hermanas de Jesús, acompañar a un Nazareno vencido por el dolor y el sufrimiento, formando el cortejo mas romántico y añejo que podamos encontrar.
Por que eso es lo que llevan haciendo toda su vida los que se afianzan a una túnica de color morado cada Madrugada, haciendo oídos sordos a modas o a caprichos cofrades, demostrando que para buscar a Jesús solo nos basta con tener Fe.
Por que eso es lo que llevan haciendo toda su vida esos viejos faroles, pues no sólo alumbran el camino, sino que se han convertido en pequeños muros donde se quedan anclados las lamentaciones, los disgustos, las preocupaciones que soportan nuestras madres y nuestras abuelas.
Y aunque se sienta vieja como aquel farol, no tendremos palabras suficientes para poder agradecerle que siga acompañado a un Jesús “pequeñito” que duerme allá por los medios de Cristina.
Me encanta que se comparta tanta sensibilidad en un mundo que nos atropella con las prisas del quehacer diario, donde parece que "no se lleva" eso de mostrar un cachito de nuestra alma a los demás, donde está de moda no ser de Iglesia... Y sobre todo me encanta que los hermanos de Jesús compartamos todo esto, porque entre los que experimentan una sola Noche de Jesús ya no necesitan palabras...
ResponderEliminarMe encanta lo que has escrito Alberto, no dejes de hacerlo y de compartirlo ¿vale? ¿por qué no lo publicas en el próximo boletín o en el de la siguiente cuaresma? Leyendo me ha picado el gusanillo...