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Mostrando entradas de mayo, 2016

Soy del Sevilla..

         Reconozco que soy feliz cuando alguien me reconoce por  la calle como el hijo de, cuando me asocian a mis distintas hermandades o cuando me identifican con el equipo que acuna sueños dentro de mi corazón. Y ese equipo que palpita en mi interior no es otro que el Sevilla Fútbol Club. Hace más de dos décadas que nos dimos el sí quiero cerquita del estadio del Sánchez Pizjuán, y desde entonces mis tardes de domingo son una fiesta cada vez que el equipo del que hablan las lenguas antiguas salta a los terrenos de juego. Al enfundarme la camiseta del Sevilla , siento galopar por mis venas esa huella de felicidad y olvido que sólo el  fútbol  -bendito  fútbol -, me regala en mí día a día. Entre los dos nos separan más de cien kilómetros, pero es que tengo la certeza de que ser del Sevilla es sentirse un privilegiado, un afortunado, un enamorado en definitiva de una de las señas de identidad de la ciudad donde la luz trasmina de manera diferente. Ser del Sevil

Seguid pisoteándonos..

Hace unos días junto al retablo cerámico que la Hermandad de la Lanzada tiene sobre el lienzo de pared de la Basílica del Carmen aparecieron una serie de pintadas, y esta vez he decidido no callarme. Mientras los autores de este nuevo ataque se amparan en el anonimato yo firmo mi respuesta con nombre y apellidos. Leedme con atención: sois gente sin escrúpulos que mantenéis una vida vacía, cuya forma de actuar sólo me hace reafirmarme en aceptar y ver que el camino que siguen mis huellas es el acertado. O al menos, el por ustedes envidiado. Porque una vez más habéis salido de vuestras cloacas con la sangre envenenada y tomando el nombre de mi Dios en vano, creyendo que de esa forma vais a hacer que se tambaleen los cimientos de mí fe, cuando en realidad lo que sentís es la rabia  corretear por vuestras venas ante su grandeza. Qué equivocado estáis… Sois el vómito de esta sociedad que una vez que se limpia, ni siquiera el olor pasa a formar parte del olvido.

Besar la piel...

            Cada uno de nosotros lleva hilvanado en algun pasadizo de su memoria todos los besos que en su vida ha ido recibiendo, ha ido regalando o simplemente ha ido soñando para hacerlos realidad algún que otro día. Hay besos que al darlos nuestros sentidos se nublan, los parpados tienden a cerrarse y las huellas que dibujamos al hablar de ellos están tiznadas de felicidad.  Hay besos tan amargos que cuando paseamos por la cicatriz de su recuerdo, aún nos duele el veneno que llevaban en su interior. Y hay besos que llevan cosidos bajo su aroma el sabor de un nuevo horizonte; otros tienden a perderse en el cielo de las ausencias y con un puñado de besos uno puede derribar el muro más infranqueable e imposible.   Pero como el beso de una madre… Porque es el tipo de beso que todos necesitamos al menos una vez en la vida, una vez en semana, una vez en el día. Nos acompaña desde siempre, sentimos su aliento desde antes de nacer y es el refugio perfecto cua